jueves, 15 de noviembre de 2018

Sin pedir permiso (ni perdón)

(i)

Todas las cosas que no nos dijimos,
sucedieron en mil diálogos de un rincón de mi cabeza,
y en ellos nunca hizo falta pedir permiso,
ni perdón.

(ii)

Todas las postales que nunca envié
siguen escondidas en el mismo cajón,
con sus sello puesto y mi millón de ilusiones,
pero con mi miedo al olvido tan palpable
como todos esos lugares a los que juré volver contigo.
Alguna vez.

(iii)

Todas las maletas que en mi vida cerré
tenían tu dirección en caso de pérdida.
Por si el destino quisiese que algún día
el sitio al que te fuiste volviese a acordarse de mí,
y fueses tú y no yo el que se atreviese a volver.
(Imagínate mi cara cada vez que un aeropuerto escupía mi ropa,
y con ella mis ilusiones de volver a verte)

(iv)

Todas las canciones que jamás te envié
siguen archivadas en la carpeta de “por si llueve”
Aquella que me inventé hace ya ocho inviernos
y que juré regalarte,
si algún noviembre dejaba de llover.
(A día de hoy sigue en mi carpeta de “archivos jamás compartidos”
oculto en mi ordenador)

(v)

Todo el tiempo que nos faltó por tenernos
lo he ido acumulando en frasquitos de cristal,
y cada vez que puedo se los devuelvo al mar.
Porque él mejor que nadie,
supo siempre dónde encontrarte.

(vi)

Todas las gotas de alcohol que llevaron tu nombre
se han sumado a mi bañera de lágrimas,
y ahora nadamos en ella mi pena y yo,
aunque a veces me de miedo y ganas
de quedarme dormida.

(vii)

Todas las cartas que jamás te envié
empezaban igual y terminaban de la misma manera:
“Querido tú, sigo echándote igual de menos”
Después, siempre se me ahogaban las palabras.

(viii)

Todas las flores que jamás te acerqué,
me torturan como espadas que jamás cesan su lucha
dentro de mi cabeza.
Ahora las planto en casa,
por lo de sentirte cerca.
Tal vez.

(ix)

Y los abrazos, ya no los regalo como antes.
Ahora los clasifico, e intento que signifiquen todo
lo que quizás contigo no siempre significaron
por si alguien más se va pueda contarte,
que por fin he aprendido.
O eso creo.

[…]

Y en cuanto a los adioses,
se me siguen dando igual de mal que pedir permiso.

Y sigo igual de mal preparada
que aquel 15 de noviembre de 2010.

(Sigues estando igual de presente.
eso también)


July '94


lunes, 8 de octubre de 2018

Veintimuchos.

Voy  a comerme el último yoghurt de la nevera mientras te cuento todo lo que nunca debí no contarte.
Podrías haberlo encontrado en las mil y una estaciones dónde jamás me buscaste. Pero ya ves,
nunca fuiste de esos que se entretienen buscando tesoros,
o tal vez los míos nunca fueron los suficientemente importantes.
Tal vez. No sé.

[...]

Los temas pendientes parecen zanjados cuándo a uno le da por mirar otro lado.
Simple es: No me conozco ni yo.
Pero se me han acumulado las deudas en todos los bolsillos del pantalón 

y por más que froto no parece tener la mínima intención de marcharse.
Como aquella herida que siempre evité curar 

y para la que hoy no existe Betadine en el mundo
que cure el dolor.
Que ya te lo avisaron, niña,
que es muy difícil frenar la sangre que sale directa del corazón.
A borbotones.
Ensuciándolo todo.
Como un cuadro de Basquiat mal replicado:
A ratos a trozos,
a ratos a medias.
Cómo un recordatorio incesante de todo lo que pude hacer y no hice.
Como tu recuerdo,
el día que te cansaste de llamar.

Se arrastran los días como una oscura serpiente que sólo busca luz al final del túnel.
Qué ya estuvimos aquí antes, ¿verdad?
Y también parecía imposible que encontrásemos el equilibrio después de haber caído tanto.
Ansiábamos ataraxia de vida,
nos lo impedían las locuras del corazón.
Nos creíamos invencibles y con muchos años por delante;
cómo si el tiempo no fuese a pesarnos jamás.
Cómo si lo efímero no fuese más que un infinito disfrazado de envidia por la juventud que irradiábamos.
Lo ingenuo. La falta de realidad.
Y ahora ya ves, con veintimuchos se me empiezan a acabar las excusas de los veintipocos:
  • Que yo no sabía
  • Que yo nunca quise
Y sobre todo:
  •   Prometo que no volverá a pasar

[...]

Cuántas mentiras dejamos enterradas en aquellas playas del sur.
Todavía lo recuerdo.
Cada septiembre llegaba cómo una nueva bocanada de aire.
Cómo si el acortarse los días nos sirviese como un botón de activación.
Siempre en rojo: Press restart.
Y el nuevo curso nos concedía siempre una nueva oportunidad de limpiar errores.
De empezar de cero.
De curar con abrazos lo que meses antes habías roto a puñetazos.
Luego llegaban las lluvias y poco a poco iban borrando los restos del naufragio.
Y así al final te convencías:
"El mundo es una mierda pero hay que mirarlo con paciencia" .
Y poco a poco parecía que la vida te concedía otra oportunidad.

Quizás el problema lo tuvo precisamente el tiempo,
y es que el día que dejamos de contar la arena del mar
dejamos también de bucear hacia nuestro botón de recomenzar.
Así, el tiempo dejo de ser cíclico.
Las lluvias perdieron su ritmo y en vez de limpiar empezaron a ensuciarnos todavía más.
Y entre todo este desastre que hemos (he) creado no dejo de buscar ese instante.
Ese preciso momento en que mi tierra dejo de girar en su sentido
y empezó a ocurrir todo aquello que nunca tuvo que pasar.

Me faltan perdones, me faltan "lo sientos".
Me faltan un millón de abrazos con sabor a sal.
Me faltas tú en esta playa hoy desierta, más gris de lo que jamás la he recordado.
Me falta una flor que me hable de una nueva posibilidad.
Y entre un millón de lamentos también me falta valentía.
Valentía para mirarme en el espejo y reconocer,
que con lo bueno y con lo malo esto también lo pudimos evitar.
Valentía para darme cuenta de que los puntos y apartes existen,
y que el futuro sigue estando ahí, que solo hay que atreverse.
Y apostar.

[...]

Tiempo muerto. Cambio de rumbo.
Unas manos que ayuden a avanzar.
Y al final un beso.
Siempre un beso.
Tu beso siempre como broche final.

martes, 17 de julio de 2018

El cariño no se recuerda


Hace unos meses leí a una escritora que empezaba un poema así
Acto seguido, o eso me cuenta mi memoria,
me recuerdo en la terraza de un bar confesándole a Carlota
que me encantaría escribirle unas palabras en su día especial.
Ese que llevamos esperando tanto tiempo
que da hasta vergüenza confesar.
Recuerdo el brillo de sus ojos,
y ese no sé qué al leer en alto un poema de Francisco Luis Bernárdez
que llevamos recitando en sueños desde el día que conoció a Gonzalo.
Por aquel entonces nos dormíamos entre almohadones de un país del norte
soñando con lo que algún día serían nuestras vidas.
Ella lo tenía muy claro, ese poema representaría su vida con Gonzalo,
ese poema seguiría con ella 8 años más tarde.
¿Quién en su sano juicio iba a decirme entonces, que el cariño no se recuerda?

Recuerdo las primeras veces, los primeros cosquilleos.
El “porfa cinco minutos más que mira lo que me ha escrito y ahora no puedo dormir”
Recuerdo los días en Inglaterra, las noches en las que empezó a surgir la magia
Y aunque parezca mentira recuerdo el día que nos confesó,
que Gonzalo había venido a quedarse.
Y que nada en este mundo iba a convencerle de lo contrario.
He de reconocer, Gonzalo, que por aquel entonces yo ya te quería,
Y que a pesar de la poca cabeza que teníamos, nadie se opuso demasiado a brindar por ello.

Si me pongo a pensarlo con fuerza me cuesta discernir si ha pasado una vida o un instante.
Si fue ayer cuando a Gonzalo le daba vergüenza invitar a Carlota a cenar
O una eternidad desde la última vez que les vi reírse juntos.
Lo pienso un poco más intensamente y me acuerdo de lo idiotas que fuimos
pero sobre todo, me acuerdo de cuanto crecimos.
Quizás haya pasado una vida al fin y al cabo.
Una vida de alegrías y llantos, de aciertos y errores.
Una vida que como bien resumía nuestro querido poeta Francisco:

Porque después de todo he comprendido
Que lo que el árbol tiene de florido
Vive de lo que tiene sepultado.

Por esa razón, casi mejor, vamos a centrarnos en el presente.
Veo a Carlota y veo confianza, veo fuerza.
Veo el miedo y la inocencia de las primeras veces
Pero también veo esa seguridad en sí misma y en sus principios
que me hicieron agarrarme a ella hace casi una década,
y que ha hecho que no me suelte.
Carlota es perseverancia, firmeza, y sobre todo, Carlota es paciencia.

Veo a Gonzalo y es adrenalina, es ímpetu.
Es amistad y también lealtad.
Veo cariño, sí, del que se recuerda.
Y veo una ternura infinita por aquello que le importó mucho antes
de que él mismo supiese lo que significaba enamorarse.
Gonzalo es un huracán, un revoltijo de emociones,
una persona que no entiende el “no” como respuesta final a sus preguntas.

Les miro a los dos
y veo mucha falta de cabeza traducidas en ganas de vivir.
Veo errores, sí y equivocaciones.
Pero veo una capacidad innata para saber pedir perdón. 
Juntos son fuego. Son agua. Son equilibrio.
Juntos se volvieron roca
y edificaron lo que hoy en día ya sólo forma parte de los cuentos.

Por todo esto, esta noche más que nunca, veo el futuro.
Veo a dos niños que aunque nos cueste a veces reconocerlo,
se han hecho mayores.
Veo el cariño y la constancia que se han dedicado el uno al otro
y no puedo evitar sonreír al pensar en todo lo que han vivido juntos,
pero sobre todo, en todo lo que les espera.
Y es que chicos, se avecinan curvas sí, y de las buenas,
pero no me cabe la menor duda que mientras sigáis de la mano
no habrá tormenta que consiga hundiros;
Y solo tenéis que mirar a vuestro alrededor para daros cuenta,
de que no estáis solos en esta nueva aventura.

El otro día nos reíamos,
“como dos personas pueden llegar a conocerse tanto
teniendo no más de 27 años”. 
Y yo no sé si fue cuestión de suerte
o si simplemente deberíamos seguir dándole una oportunidad al destino.
Tampoco sé si el cariño se recuerda o no.
Lo único que afirmo esta noche
es que no hay más que mirarles para darse cuenta;
que si el amor existe debemos sentirnos afortunados,
porque hoy, 13 de julio, el amor está delante de nosotros.


Los Gigantes, Tenerife. Enero '18

domingo, 28 de enero de 2018

Fast forward

Hemos vuelto a saltarnos la introducción.
Parece que ya no queda tiempo para ese tipo de historias.
Aprendimos a vivir los momentos en fast forward
no fuese a ser que por querer hacer las cosas bien
acabásemos por perdernos instantes,
de esos que acumulan likes en cualquier red social.
Que valía más la pena lanzarse al vacío y disparar,
que beberse el café a sorbitos.
Los detalles están sobrevalorados.
You Only Live Once, y mil mierdas más.
Lo cierto es que al final,
termino midiendo el tiempo en listados
de todo aquello que pude hacer y no hice;
en todo aquello que debí hacer y no pude,
en todo aquello que quise hacer...
y hubiese estado bien volverse a pensar.

El coste de oportunidad se me atraganta tanto
como las mariposas que nunca dejé volar esta noche.
Dime, ¿cuál es la definición de correcto?
Me lo intentaron explicar una vez,
en un lugar donde el mar siempre supo más salado:
“mide tu vida en faltas de aliento”;
y me agarré a aquella frase como a un clavo ardiendo.
No nos dimos cuenta de que
con tanta insistencia por perder el aire,
nunca nos acordamos de aprender a respirar.

La línea del bien y el mal es tan difusa a veces
que nos guía el egoísmo como único faro al otro lado del mar. 
Las olas de remordimiento llegan más ligeras esta noche.
Como si ellas también nos perdonasen, ¿verdad? 
Como si en vez de a asfixiarnos
viniesen a acariciarnos los pies 
y a demostrarnos que aún nos quedan mil pasos, si. 
Y mil errores más.

Dime.
Por cuánto venderías tus errores esta noche.
Por cuanto estarías dispuesto a cerrar los ojos
y pedir sólo eso. 15 minutos más.
Cuánto se pierde, cuánto se gana.
Cuánto somos capaces de olvidar sin mirar atrás.

[Llevábamos tanto tiempo evitando las mariposas
que se nos había olvidado el color que tienen.]

Confundí estrellas fugaces con semáforos en ámbar 
y llegados a este cruce ya no se, 
en que punto me olvidé de pisar el freno
o cuánto aire me queda dentro todavía,
para poder acelerar.